El arte de la Madre


 
 
 
Ese ser con los sentidos amplificados. Atenta a lo que sucede, posando sus ojos amorosos en sus crías con sonrisa en su corazón. Ese ser con habilidades extraordinarias para organizar el día a día, para encontrar en los espacios que la Realidad abre milagrosamente, un momento para estirar su cuerpo, a la vez que lo da a su hija para ser su tobogán y evita que la bajada acabe en choque con otra niña. 

Ese ser que vela día y noche por el bienestar, atenta, no alerta, para salvaguardar también su salud. Que ofrece buenos alimentos y descanso y espacio amable para el juego a sus crías. Que planea salidas o excursiones divertidas para todos. Que se esfuerza cada día en cambiar su energía enfadica por alegría. La madre es ese ser que hace malabares para llegar a todo, incluso puede, teniendo ya varias crías formarse y apostar por su trabajo propio; su confianza aumenta porque sabe lo que es parir y gestar y eso es en sí un milagro, ¿qué puede resistirse a una madre que con la ayuda de lo divino y lo humano, la Vida, teje redes de amor para su familia? Esa red de amor, o más bien, ese hilo fuerte que nos va uniendo poco a poco, nos enlaza, nos reúne, nos conecta.

No idealizo la maternidad, sin embargo, quiero ensalzar sus dones, en el sentido de alabar, mostrar mi admiración. Yo admiro a las madres y me quito el sombrero a su paso. Porque las veo cada día y me veo a mí misma. Madrugar para cocinar, ir al colegio a llevar a algunos de sus hijos, regresar y seguir cuidando de los otros hijos, hacer la compra, limpiar, pensar e idear su trabajo, ofrecerlo al mundo, llamar a las puertas, dar teta o sacar leche en los 5 minutos de descanso del trabajo, volver a casa después de una jornada laboral de 8 horas, o 9 y seguir trabajando en el Hogar que es lo más complicado porque te requiere atenta, presente y eso supone hacer un trabajo interior de indagación, autoconocimiento, preparación a la Vida. Las madres también enferman pero si su familia no está cerca no pueden descansar y tienen que seguir cuidando y gestionando el Hogar. Sin fuerzas, con fiebre, vomitando, etc. podrán buscar esos espacios milagrosos en el tiempo y sus hijos siguen reclamando porque para los hijos, en los primeros tiempos, la madre lo es todo. Claro que el padre puede ayudar y es imprescindible, o la pareja pero a veces la madre está sola. O las hijas sólo quieren estar con mamá. La necesitan.

Me quito el sombrero a su paso, son leonas fuertes que protegen a sus crías y les dan el espacio necesario para crecer, siempre observando atentas a sus necesidades, a la vez que tratan de afinar el modo de satisfacer las suyas propias. Cuidarme para cuidar, con toda la amplitud del verbo. Y cada mujer sabe qué necesita y el modo en que lo puede lograr. 
 
El arte de la Madre consiste en saber danzar, estar a la escucha, permitir la expresión aparentemente caótica de la infancia y entregarse. Cuando tus hijos despliegan su juego y uno pide jugar mientras el otro reclama su teta, el tercero quiere dormir, cada cuál con su tempo y ritmo. Es un arte danzar esos ritmos sin caer en el desasosiego, el estrés, sin adentrarse en el caos y ser arrastrada por él. El arte de la Madre consiste en tolerar el caos y esperar pacientemente la calma que le permite encontrar unos minutos para ella, muy provechosos, mientras una duerme y la otra está concentrada, en silencio esta vez, pintando huesos de albaricoque.
 
En los momentos de caos es fácil perder los papeles, sobre todo si tienes más de un hijo. Y no encuentro cosa mejor que danzar al ritmo de la infancia, escuchar sus sonidos, observar sus gestos y movimientos y ponerte tú en el centro: escuchar tus sonidos, qué dice tu mente, qué siente tu corazón, cómo se expresa tu cuerpo. Ponerme en el centro y a la vez echarme a un lado para dejar que suceda la Vida sin control. ¡Sí! La Vida no depende de nosotros. Qué gran experiencia y aprendizaje abrirse a la Vida, escuchar y confiar en que todo tendrá lugar en el momento oportuno. Es cuestión de fe.
 
Y a mi cada día me falla la fe. Se me tambalea. Tengo que recolocarme, hacer un esfuerzo grande para estar al servicio con un cuerpo disponible y sin dolor y para ello he de comer bien y moverme. Estirarme y fortalecer mis músculos. Diría yo que se necesita una buena estructura mental y corporal, que sujete, que sostenga y mantenga. Una actitud de asombro y apertura a la vida. De gratitud. Un cuerpo firme y a la vez esponjoso. Una mirada clara y diligente. Que apunta a lo alto y a la vez se posa en cada gesto cotidiano: lavar las manos de tu hijo, dar la mano a tu hija mientras caminas, cambiar un pañal, mirar el pie diminuto de tu bebé, peinar su cabello, mirar lo que ella o él mira. Tocar la tierra con la que juegan en el parque. Meter la ropa en la lavadora, recibir a tu amado con un beso. 
 
¡Qué gran escuela esta de la Maternidad! Si dejas que penetre por cada poro de tu piel y aprovechas cada oportunidad cotidiana para mirar al cielo y encontrar el sentido que tiene ser Madre. El Arte de la Madre nos guiará para seguir haciendo la vida más bella y florida. Ojalá.
 
Natalia Navarro

 

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