Chiquitina
CHIQUITINA
Pienso en ti ahora
y lo primero que viene a mí son tus manos. Las manos que sostuve hasta el
último momento, la mano que entrelazamos mi madre, tú y yo como sello de
nuestro amor y de que algo en nuestro corazón se había sanado. Un círculo de
manos, la mano que siempre tendiste a toda tu familia y a las personas que se
cruzaron en tu camino y pudiste ayudar. Eran, son tus manos robustas, firmes,
cálidas y tiernas. Con ellas abrazaste en tu regazo a tus cinco hijos, a tus 10
nietos y 13 biznietos. Con ellas amasaste pan y alimentaste a muchas personas.
Tejiste mantas y bufandas, hiciste los más ricos potajes, el más delicioso
chocolate, las entrañables torrijas y rollos fritos. Me preparaste a mí tantas
veces “sopas de pan” que después, siendo ya “mayor”, te pedía cuando quería
regresar a ese lugar sagrado. Porque sólo tú sabías dar ese toque especial a
las sopas de pan, aunque fuese lo más sencillo de preparar en el mundo.
Te quiero tanto Chiquitina. Te debo tantas cosas. Tu generosidad me asombra. La fuerza que te
ha mantenido con vida y radiante durante 96 años no es de este mundo. Tu
gratitud constante, tus ganas de vivir y hacer de la vida un lugar armonioso,
divertido, donde bailar y cantar.
En la transición
entre el invierno y la primavera te vas. Se va tu cuerpo, nada más. Tu amor permanece
en nuestros corazones y los que te queremos llevamos algo de ti dentro, muy
dentro. Somos tú. Qué misterio. Tu tránsito ha sido un tránsito para todas.
Ahora cada uno ha de seguir navegando en el mar que ya eres tú, que seremos,
que nos contiene y a veces inunda.
Gracias Chiquitina,
por la chispa de tus ojos y tu sentido del humor, por recordarme lo esencial.
Cuando siento pereza o me afano por el día de mañana, recuerdo tu caminar lento
y firme, tu diligencia. Tu sostén, el de madera que llevabas para salir a
caminar y el que atesorabas en tu corazón y expresabas cada día. “Que sea lo
que Dios quiera”. He tardado tantos años en darme cuenta de la profundidad de
esta expresión. Tú aceptabas la Vida como venía y no era conformarte sino
conocer la Verdad. Tú sabías que lo importante era el Reino del corazón y
acogías cada cosa de la vida como un regalo, una añadidura. Y por eso estabas
llena de gratitud y ternura, de compasión.
Gracias por ser
nuestra yaya, nuestra madre, nuestra tía y hermana.
Que Dios (La
Realidad, la Verdad, El Misterio, la Diosa) te acoja en su seno y nos enseñe a
vivir.
Tu nieta, con mucho amor
Natalia Navarro *lqc*
Comentarios
Publicar un comentario
¡Muchas gracias por tus palabras en mi blog!